Lo que me gusta de la lengua japonesa son esas palabras que tienen un significado complejo y bello.
Por desgracia no sé japonés, ni el saludo. Es más: sé poquísimo, o casi nada, de esa cultura de la que sin embargo tengo una idea inmejorable y llena de afecto y simpatía: la de un pueblo movido por el honor, la sutileza, la cortesía, la consideración, el decoro y la belleza. Quizás sea un puro prejuicio; quizás esté equivocado y nada allí es así. O como dicen ellos:tabun, que un amigo tokiota me explica que quiere decir ‘tal vez’.
Porque lo que sí me gusta mucho de esa lengua japonesa que ignoro del todo –no sé ni siquiera si es una o son varias, como pasa con casi todas las lenguas– son esas pocas palabras suyas que de vez en cuando se me cruzan en internet y que suelen tener, muchas de ellas, un significado tan complejo y tan bello y tan preciso a la vez que para traducirlo a otros idiomas habría que escribir frases o párrafos enteros, y ni siquiera así.
Ayer vi por ejemplo que alguien contaba en alguna parte de la palabra japonesakomorebi, que sirve para definir la luz, para nombrarla. Pero no cualquier luz; no una luz cualquiera, no.Komorebi(me perdonan el acento, eso sí) es el nombre que recibe la luz del sol cuando atraviesa las hojas y las ramas de los árboles. Ese fenómeno, que a todos nos ha maravillado y conmovido alguna vez en la vida, se llama así en japonés.
Una lengua tan precisa y sintética y sofisticada y sutil, ya digo, que tiene una palabra entera, una sola, redonda y completa, para referirse a cuando uno ve por la espalda a una mujer hermosa y ella se voltea y deja de serlo. Ese momento, y la sensación que se deriva de él, las dos cosas, se llaman en japonésbakkushan, la promesa incumplida de lo que parecía bello, me dice mi amigo tokiota, con cara de resignación.
En cambio hay una palabra muy famosa, explotada hasta la miseria y la desvergüenza por muchos gurús occidentales, que se usa para nombrar una belleza tan profunda y sublime que ni siquiera se puede nombrar, valga la contradicción. Esa palabra esyugen: la belleza invisible, la belleza inasible, la belleza inefable (huy, y no lo digo en japonés sino en español); la belleza como presencia y certeza, como un hecho trascendental.
Mi amigo tokiota, Kirio, se llama, me dice que no: que no está muy de acuerdo con mi definición, para nada, y niega con la cabeza y todo mientras sonríe. ¡Niega con la cabeza! Le pido que me dé otra y me contesta que no puede: de eso se trata, en eso consiste esa palabra. Le pregunto entonces cuál es su palabra japonesa favorita, me responde lo obvio, y es que son muchas, pero hay una que sí le fascina:tsukan.
Tsukanes la sensación, la conciencia súbita, como una revelación, que tenemos cuando algo nos falta. Cuando nos damos cuenta, más bien, de una carencia concreta en un momento concreto; o eso entiendo más o menos, pero no estoy seguro.Tabun. Kirio me dice que sí, y que ese es quizás el sentimiento más frecuente cuando estamos aprendiendo algo. Una lengua, por ejemplo, y entonces nos faltan las palabras.
Aunque a él nunca le faltan, y las otras dos que también le gustan son:yuzuriaiyomoiyari. La primera, me explica, es una especie de renuncia y concesión, pero sobre todo de quien tiene poder o autoridad y reconoce que dejarlos a un lado puede ser de gran beneficio colectivo; la segunda es una forma elevada de la consideración con los demás: intuir el sufrimiento del otro y hacer lo que se pueda para ahorrárselo o al menos atenuarlo.
Lo piensa mejor, Kirio, y después me dice:irusu. Le pregunto qué es, me responde: “Fingir que uno se fue de la casa cuando alguien llega a tocar y no quiere abrirle”. Esa me encanta, le digo. “A mí también”, contesta. Nos reímos.
Cómo no va a querer uno a una cultura con esas palabras.Yugen.
Juan Esteban Constaín
Publicada en El Tiempo: 22 de enero 2020 , 07:09 p.m.