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Saber tocar

Pete Best, quien hizo parte de los Beatles, no era un gran baterista pero sí un gran ser humano.


De todos los personajes secundarios y trágicos de la historia universal, que son muchos, la mayoría, ninguno me conmueve más ni me cae mejor que Pete Best, el famoso (o más bien todo lo contrario) baterista de los Beatles que dejó de serlo justo en la víspera de que el grupo grabara su primer disco y se volviera muy pronto lo más importante que le ha pasado a la humanidad desde el principio de los tiempos, como para ser muy precisos.


El argumento que daban John, Paul y George para sacarlo era que Pete había sido su baterista de los malos tiempos. Pero no solo por la pobreza y la dureza de la vida antes de la fama, sino porque el infeliz no sabía ni siquiera llevar bien el compás, decían. Entonces le dieron la orden a su mánager, Brian Epstein, de que fuera él quien echara a Pete Best del grupo. Y así lo hizo, justo en la antesala de la gloria y la eternidad.


A muchos de los fieles de la banda, en su ciudad natal, Liverpool, les pareció una injusticia esa decisión. Incluso hubo quienes llegaron a hablar de un rapto de envidia de los otros tres, pues Pete era guapísimo, con un aire melancólico de James Dean que lo volvió el favorito de las fans. John Lennon lo resumió mejor muchos años después cuando dijo: “Pete Best era un buen baterista pero Ringo era un Beatle...”.


Lo cierto es que en 1962 el destino del músico repudiado y sus viejos amigos se bifurcó, se partió en dos. Y mientras ellos se hacían ricos y famosos, como nadie más en su tiempo, él se dedicó a la panadería, primero, y luego a ejercer como asesor en una agencia de empleos, donde tenía que cumplir el curioso oficio –es casi un chiste– de convencer a quienes no conseguían trabajo en su área de que buscaran otra cosa para hacer en la vida.


A veces Pete Best volvía a tocar la batería, incluso formó un grupo con su nombre y grabó un par de discos festivos y sin pretensiones; el compás no es perfecto, pero a quién le importa ya. Se casó con una mujer extraordinaria, según sus palabras, con la que tuvo dos hijos y con la que aún vive muy feliz. La amargura la dejó muy rápido, sus apariciones siempre son amables y alegres.


Un tipo que podría haberse suicidado el día mismo en que los Beatles llegaron a los Estados Unidos en 1964, por ejemplo, y aunque trató de hacerlo un par de meses después su mamá lo convenció de que era una tontería. Un tipo que tenía todo el derecho, más que nadie quizás en el mundo, de vivir frustrado y sombrío, triste, deprimido, maldiciendo su suerte. Y en cambio se la pasa dichoso, casi agradecido.


Hace un par de años se lo preguntó un periodista, que cómo hacía para vivir tan contento y tan tranquilo. ¡Lo habían sacado de los Beatles! Pete Best le respondió que ese ya era, de suyo, un gran honor, un privilegio único que nadie más podía contar. Y añadió que si eso no hubiera pasado, nunca habría conocido a su esposa y no tendría la hermosa familia que tiene hoy, que es lo más importante en su vida.


“¿Pero no se lamenta todos estos años de no haber estado allí, no siente envidia y una gran frustración o al menos curiosidad?”, insistió el periodista, estupefacto. “No”, dijo Pete Best. “No”. Y es sincero al decirlo, se le ve en la cara, siempre. “He sido muy feliz y afortunado, no cambiaría la vida que tuve por ninguna otra...”, añadió sonriente. Perdió la fama y la riqueza en la víspera, sí, un destino que acaso no era el suyo.


Parece inconcebible el ejemplo de Pete Best –el mejor, como su apellido– y por eso mismo es tanto más conmovedor y admirable: un ejemplo hecho de entereza, sabiduría, gratitud y nobleza. No era un gran baterista pero sí un gran ser humano, y eso basta y sobra.


¿Todo lo que necesitas es amor? A veces sí, qué alivio.


Juan Esteban Constaín


Publicado en El Tiempo: 04 de marzo 2020 , 07:49 p.m.

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